miércoles, 8 de junio de 2016

¿Como estás?

Esa es la pregunta que mas frecuentemente escucho. Siempre ha sido el mismo número de veces, pero después de Pepe ha adquirido otro sentido.

Diferente sentido para mí y diferente sentido para los que saben de la existencia de Pepe.

Si la pregunta es en vivo y a todo color es probable que perciba una expresión corporal distinta a antes de Pepe, si es audible o escrita, tiene una percepción distinta para mí.

En ocasiones no quiero contestar y sólo respondo "Bien"
- ¿bien?
- Sí, bien.
- ¿Segura?
- Sí, estoy bien. Respondo no sin antes titubear un poco.

Entre mas escribo o pronuncio "bien", mas rara me parece su morfología y su pronunciación.
Jamás respondo "mal" pues nadie está preparado para esa respuesta, ni siquiera yo misma.

Es una realidad que biológicamente estoy mal por Pepe. No estoy mal en el sentido de ir llorando por el mundo porque me diagnosticaron un macro adenoma de hipófisis.
No me voy a morir, no se puede poner peor, tiene solución y tengo todo el apoyo de mi familia.
De repente tengo malestares, pero nada diferente de lo que he estado padeciendo en los últimos años.

Estoy mal desde hace mucho tiempo, siempre en una dualidad. Luchando por "vivir bien", pero sin tener la capacidad para encontrarme ese "bien". A lo mejor ya lo encontré, pero algo dentro de mi se asegura de convencerme de que tengo que seguir buscando, que aún puede ser mejor.

¿Será que ese "mal"  tomó una forma física tangible con Pepe?
Entre bromas y sarcasmo, suelo decir  "Estoy mal de la cabeza, ¡Bah!, ¡eso es normal!"
¿Acaso no lo estamos todos?, ¿no somos todos un poco locos?. Sólo que en este momento yo soy doblemente loca, doblemente desbordada.

Meses atrás comenzaba a preocuparme de estar en depresión, ese estado que te atrapa y no encuentras fuerza para salir adelante. Muchas mañanas busque en mi interior como salir de cama, tenía las razones, pero no eran suficientes para mover mi cuerpo. Sólo conseguían enterrarme entre el montón de cosas que no he hecho, cosas que tenía que hacer, culpa por no hacerlas, preocupación por no tener dinero, angustia de no salir adelante.

Eso tampoco ha cambiado. Antes aprendí a cerrar los ojos ante todas mis culpas, salía de cama para trabajar, sólo para eso, pues la energía no me alcanzaba para otra cosa. Mi "responsabilidad" me llevo al colapso físico y me obligo a parar un poco. Finalmente me he detenido, he aceptado que debo trabajar menos. Trabajo menos, pero todas esas cosas que oculté cerrando los ojos siguen ahí.

No puedo, no quiero pedir ayuda, siento vergüenza, me siento fracasada de depender de los demás.
¡Vaya prueba mas difícil me has puesto Pepe! ahogada entre el desorden de mi alrededor, enterrada en mis pensamientos y peleando con mi orgullo, con mi soberbia.  Casi todas las mañanas emprendo mis propias batallas, a veces gano, a veces pierdo.

Una de esas mañanas en que me declaré vencedora, me sacudí las cobijas. Tomé un baño, decoré mi rostro con mi mejor maquillaje y busqué un buen conjunto para ir a trabajar.
Emprendo el recorrido para salir de casa:  Luces apagadas, cajas de arena, puertas y ventanas cerradas, rellenar bebederos de agua de gatos y perros.
Entonces le veo en el patio. Ese pequeño bodeguero, tan amoroso como siempre. Luce sucio, descuidado, ansioso, transtornado, delgado: consumido por todos los milimétricos habitantes del patio. Queda poca huella de su hermoso y abundante pelaje. Mi fuerza se desvanece, todo mi frente cae derrumbado, mis ojos se llenan de lagrimas. La batalla está perdida, no logré salir de casa.

¿Cómo estoy? ... No puedo contar esta historia todas las veces que me lo preguntan, sólo puedo decir:
Estoy bien, a veces bien, a veces mal, Vulnerable ...

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