No me lo van a creer, pero a menos de 24 horas de haber redactado la historia de la leche clavel. Tuve otro caótico episodio en el que se enlazan eventos aislados, no tan aleatorios.
Lunes por la mañana me levanté temprano: un poco apurada (como siempre) deseaba llegar temprano con mis clientes.
Era un día especial, haríamos los preparativos para correr una prueba piloto del proyecto que estoy liderando. También era el día en que vence mi tarjeta de crédito.
Mis clientes no pagaron a tiempo, pagarían hasta el día Jueves. Pero un cliente del concubino nos pagó con un cheque, que se acreditaría un día después de realizar el depósito en el banco.
Encima, teníamos una deuda por cubrir con mi constructor. Días atrás terminó una barda en casa. También mis dos programadores estaban en espera de su sueldo. A ellos les pagaría cuando mi cliente pagara. Al constructor liquidaría con el cheque.
Negocie con uno de mis programadores, pagar su servicio telefónico (que estaba desconectado) con mi tarjeta de crédito. De esa forma podría congraciarme un poco y amortiguar la espera hasta el jueves. Pero, la tarjeta vence hoy. ¿Como la pagaríamos?
¡Ah! pues les cuento que hace días pagué con ella, un curso para mi hermano. Él me entregaría el dinero en efectivo. ¡Perfecto, todo arreglado! el itinerario matutino se compone de la siguiente manera.
- Llegar temprano al trabajo
- Espera por el concubino que me llevaría el carro
- Dejarle en su trabajo
- Recoger dinero en efectivo
- Depositar cheque
- Pagar tarjeta de crédito
- Regresar al trabajo
Aunque apresuré el paso y cerré los ojos ante algunas tareas del hogar. No pude contenerme cuando vi que en el patio trasero colgaban del tendedero los pantalones de mezclilla. No podía dejarles, estaban asoleándose desde el día sábado. Hoy ya era lunes "Cuanto tiempo mas dejarás la ropa al sol" escuchaba en mi cabeza la voz de mi mamá. Quien siempre nos enseño a colgar la ropa al revés y no dejarla más de un día al sol.
Al salir al patio, el perro estaba acechando algo detrás de unas hojas de madera que están sobre un pequeño montículo de tierra que forma un desnivel en el patio.
-¿Que haces?¿Que tienes ahí?
Subo por el lado contrario del montículo. Descubro un asustado gato que ha hecho en esas maderas su refugio. No puedo contener al perro. Abro la puerta de casa, entra corriendo como alma que se lleva el diablo. Regreso al montículo de tierra. Muevo las maderas. El gato huye despavorido.
Entro a casa triunfante ¡Vaya Mañana! ¡Hasta he rescatado un gato!
Es tarde, pero no debo irme sin desayunar. Preparo tostadas con tomate y aceite de oliva. Se que hay leche clavel, acabo de comprar una buena dotación. Tomo la cafetera de metal, la lleno con agua y la pongo sobre el fuego.
Mi taza está lista, pero no hay café.
¡Valiendo Madre! ¿Otra vez no puedo tomarme mi pinche taza de café?
Veo el reloj, son casi las 10. Es tardísimo, no tiene caso ir al trabajo. Cerca de las once Él pasaría por mi.
Resignada a esperar una hora, mi cerebro libre de cafeína hace una sinapsis ¿Y porque estás haciendo un complicado itinerario? Él tiene el carro, Él tiene el cheque, Él va al centro de la ciudad.
Me veo a mi misma como en una escena de Jumanji, aquella donde envían al niño por un hacha en el cobertizo. El cobertizo se encuentra cerrado con candado, el toma un hacha y golpea tratando de romperla. Voltea por unos segundos a la cámara. En su rostro su expresion dice "Ah que menso, si ya tengo el hacha en mis manos" y sale corriendo.
Así yo, me sentí yo. Como mensa, esperando para hacer todo un inútil sacrificio de tiempo.
Me levanté de mi escritorio, tomé mi bolso con mi portátil y dejé atrás una taza servida que aún espera por esos gramos de café.